Nadie
Sabe
Los
miércoles de madrugada los mineros de la mina Paderones cargan de oro y plata
los vagones que se deslizan por rieles en perfecta sincronización y giran por
puentes de cristal reforzados con cables de acero. Silbando y echando humo, el
tren a vapor se abre paso entre burros y gallinazos.
Al
llegar al muelle de Pacasmayo, el ferroviario frena y transportan los minerales
a grandes barcos extranjeros que llevan la carga a Norteamérica. Dicen que es
un país remoto cuyos habitantes mastican oro y beben sangre, que suben y bajan
a la luna de lata camuflada en un escenario de cine y que cada 4 años se tiñen
el índice de púrpura y aspiran a tener un presidente más belicoso que todos los
anteriores para que apriete el botón rojo de seudónimo Hiroshima y suceda el Apocalipsis.
Los
miércoles por las noches en la plaza de armas se estaciona una casa rodante
para hacer cantar a los niños “sin ti
nada somos en el mundo, sin ti nada podemos hacer, si las hojas de los árboles
se mueven, solo es por tu poder” la
señora gringa que dirige el coro abre y cierra su acordeón rojo, regala pequeños
libritos con pasajes de la Biblia. Ella adoctrina en los beneficios de la
pobreza “Los pobres entrarán al cielo”,
dice y todos estamos felices, iríamos al cielo sin zapatos, con las tripas crujiendo
y dóciles alas blancas.
El tren
regresa silbando, el maquinista va a tomarse un caldo de gallina al restaurant
de la señora Zoraida, la que echaba agua hirviendo a los perros que se
acercaban por las sobras de los comensales
¡Ay el
aullar de esas criaturas!
Los
vagones están más ávidos que nunca. Una nueva carga de mineral llegará de El
Murciélago, los dueños de la mina hicieron lo posible por limpiar las huellas
de sangre de los mineros que cayeron en invierno, pero insisten que allá en
Estados Unidos, fuertes ácidos acabarán con todo rastro. Son expertos, así
dicen, por ejemplo nadie sabe de los Sioux, los Apaches, los Cheyennes, los
Cheroquís, o los Wichitas. Nadie.
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