domingo, 8 de agosto de 2021

Contratapa

 “¿Acaso un día alguien sepulte su cuerpo en un poema?”, pregunta la voz poética, más este hermoso y conmovedor libro de Zoila Capristán es la respuesta, es la constancia de una herida convertida en poesía, donde no solo hallamos un cuerpo entre y bajo estos sentidos versos; encontramos las ruinas de un país, la memoria de una casa familiar al norte del Perú, un pueblo llamado Chilete por donde cruza un Puente Rojo, y allí está el río Jequetepeque tratando de salvar la vida de la funesta peste. Y es que Palabras que reservo para las tinieblas es la crónica de un pueblo, de su sobrevivencia: de la lucha, del trabajo, del dolor, de la injusticia, de la violencia, de la muerte. Bajo al trasfondo histórico del cambio político y económico del país, que con las reformas gubernamentales a inicios de la década del 70 recién pasó del siglo XIX al siglo XX, la poeta nos cuenta su historia atravesada por el coro trágico del desamparo, por una voz colectiva en que participan personajes como Panchita, el cura, Agapito el Hombre en Llamas, la señorita Consuelo, los mineros, los camioneros. Abrimos la puerta de la casa de la memoria para oír el alegre canto de los tordos y las chilalas, y también el lúgubre silencio de los gallinazos y los cuervos: “No hay lazo de sangre que nos una/ son días que pasaron abriendo la herida”, nos dice ella como sentencia escrita en una piedra seca; pero donde, a su vez, anida el rico perfume de la yerba buena. Este libro, que nos recuerda en algo a Spoon river de Edgar Lee Masters y a Pedro Páramo de Juan Rulfo, es la magistral voz personal de una poeta que hace de la poesía ese lazo fundacional de una nueva estirpe, aquel que nos une, aquel que cura y que vuelve la herida en esperanza.

 

Miguel Ildefonso

12 de Marzo de 2021

Calle NN

https://www.youtube.com/watch?v=sLVfmDVeaYY







domingo, 1 de agosto de 2021

Mi casa en fotografía

 Mi casa estaba hecha de carrizos

que crecieron cerca de un río

mi padre tapió con barro todas las hendijas

y no dejó una sola ventana

mi casa solo tenía un portón

que no permitía entrar a nadie.

 

El sol se filtraba por los huecos oxidados de las calaminas

me inmovilizaba frente a esa luz que parecía una estrella

el astro que florecía desde ese pequeño agujero

calentaba la palma de mis manos

descubría figuritas y arcos iris

destellando dentro de ellas.

 

Mi casa tenía un árbol de espino

que prodigaba espinas para reventar pus de mis heridas

nunca dio frutos

pero fue madre adoptiva

de los tordos y las chilalas

de los pájaros que allí hacían sus nidos

de los gallinazos que me visitaban por las tardes

sin que nadie se percatara.

 

Después de años transité por la casa de mi mamá

ella quiso limpiar mis huellas

derribó las paredes de quincha donde inhumé tormentos

mi casa no existe

mi casa solo está en mi memoria

en la fotografía.

Prólogo: Cronwell Jara Jimenez.

 

Palabras que Reservo para las Tinieblas, el nuevo poemario de Zoila Capristán, es muy posible que a futuro provoque no pocos estudios en el ámbito literario nacional. Porque este es un libro que atenta a la poesía. La bombardea, la quiebra, la desmenuza y la hace leña y polvo de muerto; no para dejarla en despojo, sino para reformularla con nuevos criterios, revitalizarla aplicando en sus fundamentos, nueva propuesta, un concepto de poesía desbordante, agresivo, inusual; para configurarse en nueva fórmula, en renovada arte poética.

Palabras que Reservo para las Tinieblas, exige un nuevo lector, sensitivo, culto e inteligente, porque su estructura, como edificio poético, se arma y levanta utilizando las técnicas más insospechadas. Por momentos se abriga de sociología, se matiza de visiones y paisajes pictóricos, utiliza las técnicas del haiku o del tanka japonés y así nos embriaga de aromas, colores y sugerencias sincréticas; luego, este poemario es memoria familiar, memoria de un pueblo, memoria de una voz poetizadora; y, cuando menos se espera, adopta las técnicas del guión de cine (las que Capristán muy bien domina) y avisoramos paisajes de cámara en lente panorámica, en ángulos de picada, en traveling, en close up, en flash back; y cuando no, la voz omnisciente que nos declara el poema: se constituye en monólogo (en voz pasiva) o en soliloquio (en voz agresiva), en diálogos de relato, de cuento o de novela, en raconto, o en sensaciones cinéticas de diálogos múltiples (aspectos que Zoila Capristán igualmente domina). Y esto no es todo porque Palabras que Reservo para las Tinieblas,, es también testimonio de vida,  documento histórico, crónica de un pueblo; y los temas laterales que dan atmósfera al tema central son múltiples, propios del pueblo llamado Chilete: la peste del sarampión, el desfile de los ataúdes, la calle de las vendedoras, el Puente Rojo; donde la poesía, como en pantalla de cine, en traveling y panorámica perfecta, adquiere el brillo, color y el aroma en un paisaje realista, en acuarela; veamos un fragmento del poema “Cantar de los pájaros”:

 

Tras las vidrieras de la tienda he contemplado el devenir de la gente: niños pájaros deslizando el viejo aro de la bicicleta en las pendientes de las polvorientas calles. Campesinas con olor hierba buena que adornaban sus cabellos con ganchitos de plumas de pavo real. La señora de Nieves y su inseparable burro blanco cargado de plátanos manzanos y pepinos.

Los sin zapatos que ingresaban a la tienda con sus monedas de sol…

 

Pero, sobre todo, Palabras que Reservo para las Tinieblas,: es también poemario íntimo, de intensidad y dolor. De dolor y sanación. De dolor y liberación. La constatación –hecha poesía– de una herida. También la voz de un resentimiento, denuncia, oprobio, constatación de un sumario de maltratos. Dolor y denuncia de una sobreviviente que anduvo por los territorios del infierno, y pudo huir de ahí para darnos este documento de por sí, valioso, hasta ejemplar, heroico; poética lograda en la voz inocente de una niña evocativa.  (Como lo haría un José María Arguedas). No una niña ingenua, a secas. Es la poética de una niña que razona, con cierta precocidad e inteligencia, quien resiste el acoso y el maltrato humillante, físico, de la sagrada familia según enuncia con amarga ironía la poeta –padre, madre y hermanos, cada cual, crueles a su turno–, pero a la niña se la siente con fortaleza del río y la sabiduría del árbol floreciente, ahí, cerca suyo; hasta cuajar, gracias a la fuerza de su espíritu, y sublimar su dolor oscuro, y hacer nacer la poesía desde su tragedia solitaria.

 

Y eso es lo sorprendente. Sublimar, hacer poesía de lo que más nos duele y sobrecoge, parece fácil, pero no lo es. Hay que ser artista, vivir en poesía. Haber nacido para la poesía y sentir la poesía. Ser fuego de poesía. Hay que reflexionar y ejercitar el pensamiento. Y desde luego, la poesía llega, natural, caudalosa, cuando se es connatural con ella. Si no todo mundo, sufriente, herido, hiciera poesía. Y esa suerte le tocó a Zoila Capristán. Quien no solo es poeta. Es poeta de talento. Poeta de raza. Pero cuánto habrá sufrido, como Vallejo padeció, para lograr, tras honda reflexión de artista, y muchas meditaciones, afilar el verso y expresar con equidad y nervio vivo, el sentimiento y la palabra vibrante, más honda. Y pienso en Poemas Humanos y pienso en Trilce, el más famoso poemario de Vallejo. Donde los versos, repudiados en su época, en apariencias ilógicas, absurdos, dantescos y con visos de delirio y alucinación, son de repente, el mejor pincel para retratar lo más hondo, oscuro, misterioso e íntimo, del corazón humano. Quiero decir, de la esencia del ser humano. Tal como Vallejo delirante y desamparado padeció en reclusión, la voz poética de la niña también, por desgracia, tiene algo similar; por causa de la sagrada familia, como ironiza la poeta; he aquí la visión de pesadilla de esta niña, en su cuarto de reclusión; vemos un fragmento del poema “Piedra seca”:

 

En la Casa Vieja trancaron todas las puertas. La habitación era un ataúd de barro y cañas, reclusorio forzoso donde agonizaba.


Y este otro fragmento del poema “Mala Noticia

 

Estación de hielo

se detiene el reloj

la ciudad voraz se destruye

a vuelo de pájaro

los escombros colindan con mi habitación

olor a carne agusanada penetra por la hendija

zumban las moscas en mi rostro

miedo de mover mis huesos

sobrevendrá una mala noticia.

 

Te aliviaremos el espanto en un sótano de hierro, masticarás pastillas negras, serás dócil como oveja. Di que las cicatrices no se forjaron en tu infancia.

 

Alguien toca la puerta para reconocer un cadáver

inescrutables rostros de los muertos de infancia

testificaré que a nadie conozco

inventaré una historia para agradar a mis hermanos

prometo ya no delatar a la Sagrada Familia.

 

Pero lo hace, y delata al mundo tanto abuso.

 

Circunstancia amarga donde aparentemente no hay salidas, no hay aún escape, ni acomodo, cuando la niña, al parecer siente el fin:


Sin encontrar la salida nos acariciamos la frente convencidos que ya no hay retorno, que nuestra piel jamás volverá a ahogarse en el río, que la celda donde me desnudan es un lugar seguro, que las flores de plástico tienen aroma, que el crujido de las puertas de hierro es el cantar de los pájaros.

 

─Ahora hablamos solo con gestos; las palabras se reservan para las tinieblas.

 

Pero, felizmente, su poesía no solo es legajo de reclamos y denuncias; es sobre todo poesía, y más que eso es poesía, al fin, con belleza y esperanza. Con esperanza e ilusión de futuro.

 

Porque no podría ser de otro modo. Intuye la niña que en la vida no todo es horror y alienta a sí misma:

 

Un día crecerá una muralla de silencio 

crecerá tan alta

que no permitirá

sentir nada.

 

Su voz no alcanzará mis oídos

el muro será tan elevado

que solo intuiré sus palabras.

 

Quedaré cubierta de mariposas

y las estrellas que me arrebataron

una a una volverán a mis ojos. 

 

Hasta que encuentra la certeza, lejos de resignarse al maltrato, escapa de casa, huye, alentándose, dándose consuelo, afirmándose en su naciente fortaleza:

 

Descorre los cierres de la piel

ansía ser feliz

volverás a intentarlo una y otra vez

una y otra vez

hastiado

allí

en el columpio que aún ondula

atado al ombligo

de tu mamá.


Y entonces, cómo no celebrar este poemario, constatación de entereza y resistencia, que acaba siendo paradigmático, en un país donde la violencia contra la mujer y la niñez, es diaria, como epidemia vergonzante, como es de inhumana, denigrante.

 

Zoila Capristán con este poemario logra ubicarse en la fila de quienes, desde su escritura y arte, perduran en la literatura por sus reclamos ante las enormes injusticias, como Vallejo y José María Arguedas lo hicieron, con la belleza de su poesía y la fuerza de su prosa poética.

                 

                        Quedará este poemario no solo como obra de arte, también será modelo de coraje, de espíritu indoblegable, como también de refugio y consuelo, ilusión y esperanza salvadora, ante lo que creíamos vencido, destrozado e irreparable.

                

Mi admiración profunda a Zoila Capristán, por su calidad de artista, su temple indoblegable, su amor a la vida; y porque supo hacer de su dolor un templo de poesía en este valioso poemario.  

 

Cronwell Jara Jimenez.