“¿Acaso un día alguien sepulte su cuerpo en un poema?”, pregunta la voz poética, más este hermoso y conmovedor libro de Zoila Capristán es la respuesta, es la constancia de una herida convertida en poesía, donde no solo hallamos un cuerpo entre y bajo estos sentidos versos; encontramos las ruinas de un país, la memoria de una casa familiar al norte del Perú, un pueblo llamado Chilete por donde cruza un Puente Rojo, y allí está el río Jequetepeque tratando de salvar la vida de la funesta peste. Y es que Palabras que reservo para las tinieblas es la crónica de un pueblo, de su sobrevivencia: de la lucha, del trabajo, del dolor, de la injusticia, de la violencia, de la muerte. Bajo al trasfondo histórico del cambio político y económico del país, que con las reformas gubernamentales a inicios de la década del 70 recién pasó del siglo XIX al siglo XX, la poeta nos cuenta su historia atravesada por el coro trágico del desamparo, por una voz colectiva en que participan personajes como Panchita, el cura, Agapito, el Hombre en Llamas, la señorita Consuelo, los mineros, los camioneros. Abrimos la puerta de la casa de la memoria para oír el alegre canto de los tordos y las chilalas, y también el lúgubre silencio de los gallinazos y los cuervos: “No hay lazo de sangre que nos una/ son días que pasaron abriendo la herida”, nos dice ella como sentencia escrita en una piedra seca; pero donde, a su vez, anida el rico perfume de la yerba buena. Este libro, que nos recuerda en algo a Spoon river de Edgar Lee Masters y a Pedro Páramo de Juan Rulfo, es la magistral voz personal de una poeta que hace de la poesía ese lazo fundacional de una nueva estirpe, aquel que nos une, aquel que cura y que vuelve la herida en esperanza.
Miguel Ildefonso
12 de Marzo de 2021
Calle NN
https://www.youtube.com/watch?v=sLVfmDVeaYY
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