martes, 29 de agosto de 2023

Cantan los Pájaros Cuando la Lluvia Diluye sus Nidos

 Tras las vidrieras de la tienda he contemplado el devenir de la gente: niños pájaros deslizando el viejo aro de la bicicleta en las pendientes de las polvorientas calles. Campesinas con olor hierba buena que adornaban sus cabellos con ganchitos de plumas de pavo real. La señora de Nieves y su inseparable burro blanco cargado de plátanos manzanos y pepinos.

 

Los sin zapatos que ingresaban a la tienda con sus monedas de sol compraban sal, cigarrillos, agujas, querosene. También velas y junto a un cántaro y una flor blanca que en la madrugada florecía en el río, adornaban la mesa de la cocina donde yacía su difunto. Esparcían gotas de agua sobre el cadáver y en aquel manso roció imitaban el triste cantar de los pájaros cuando la lluvia diluía sus nidos.

 

En el piso de tierra escondían sus dolores los deudos sin zapatos, callados contemplaban al difunto mientras sus manos espantaban las moscas. Tenían cuidado al cambiar los algodones de sangre para no tiznar la mesa bordada de fuego.


En la madrugada trenzaban paja y madera y hacían el ataúd. Por la tarde cabeza gacha sin desmayos ni aspavientos partían al cementerio, sabían que se viene a tratar de embellecer los caminos y que el pariente les dejaba un pedazo de tierra y una pared de quincha que los protegería del zorro y de las víboras.

 

Tomaban sorbos de agua de azahar, se frotaban las piernas con belladona, vinagre Bully en las sienes y unas copas de yonque para macerar las penas. Envueltos en humo de cigarro Inca y masticando hojas de coca se perdían entre las tumbas.


Cuando el sol se ocultaba en el cerro más alto la tierra abría su vientre y cobijaba al difunto, un olor a floripondio inundaba la tumba.

 

Después huraños se desperdigaban por las calles, unos subían al cerro otros corrían a las chacras, una mamá de trenzas canosas y un perro consolaban en casa.

 

Al día siguiente el dulzor del mango los levantaba con geranios en las manos.

 

domingo, 27 de agosto de 2023

Crítica literaria al libro Palabras que Reservo para las Tinieblas, de Zoila Capristán.


 

Panchita


 
Ella venía a la tienda tintineando las monedas entre sus manos, con sus andariegas sandalias anudadas al sol y su vestido de filigrana.


Dice que dice la Pancha ¿cuánto cuesta el pasaje a Lima?


La gente contaba que fue profesora y que antes tenía la belleza de las orquídeas y que un día un pequeño remolino que empujaba a ras de los tobillos unas piedrecitas y un conjuro, se agazapó entre un matorral  y le ofreció un plato con hechicería.


Tiendo mi mesa a las 12 de la noche, camino por el Cerro Colorado, voy por la gran Laguna Negra, voy a ti poderosa Laguna Toro, invocando a los espíritus de las cuatro direcciones, voy tumbando...


Dice que dice la Pancha que me venda un jaboncillo rosado.


Panchita entraba a todas las casas de puertas abiertas que relucían sus manteles de hule floreados. La gente abría sus ollas y le invitaban los potajes con afecto.


Dice que dice la Pancha, que me venda bolsas de colores para hacerme un vestido.


Yo la atendía con esmero, buscaba los colores que realzaran sus grandes ojos, tan azules limpios y destellantes como el cielo de Chilete. Me pagaba con monedas exactas, sin regateos, ni fiados.


Dice que dice la Pancha que me venda fósforos.


Cuando había luna llena prendía una fogata en el río y danzaba desnuda; nadie podía mirarla ya no era ella; la luna la poseía, tiraba piedras a todo lo que se movía.


Dice que dice la Pancha que me dejen ir a la laguna encantada, allí quedó mi rastro… y retazos de cordura.  


Voy levantando Apu Ausangate, protege Apu Salkantay, cuídennos de los malos vientos, invocados y presentes los espíritus del Este donde brota el agua y se bebe de la fuente del discernimiento, Oeste el mundo de la magia y el fuego, Norte casa de las deidades y del incienso  y Sur donde el Shamán ritualiza, voy sanando …   

Pintura de Rubens

 Los camiones de los militares llegaban veloces, levantaban el polvo de la carretera y una niebla arcillosa cubría los caminos. Llevaban a los muchachos como si fueran venados; los subían a la fuerza a los furgones del ejército. Los jóvenes huían, desertaban por los caseríos y se instalaban en las cuevas de los cerros.

 

En su puesto de periódicos el señor Cachemita, decía: Así actúan los gobiernos desde 1898, cuando el Presidente Nicolás de Piérola Villena promulgó la ley de Servicio Militar, y bajo el imperio de la ley, todos los jóvenes pertenecen al estado. Ahora son dueños de su vida y su destino. Por eso él escondió a su hijo en una chacra, en las alturas de San Miguel, hasta que la leva pase.

 

Fue así que perdí el rastro de Agapito, el muchacho de manos bellas y mirada triste, el que imitaba los silbidos de la chilala y el tordo. Si he de volver a observar su figura en el espejo de los que retornaron del secuestro, veré un soldado de cabeza rapada, presto a la obediencia por miedo. Habrá olvidado, a punta de bayonetazos, los amagues del viento que hacían los pájaros cuando cantaban en la copa de los pinos.

 

Sus brazos que perfectamente giraban los rodillos engrasados del carrito de madera y viraban en las curvas, y volaban en las pendientes de las calles. Sus dedos que se teñían con los colores de las bolitas de cristal y sus manos que hacían bailar al trompo, estarán impregnadas de pólvora, rígidas como preludio al último disparo.


El viento ya no vibrará en el trinar de aquel muchacho. El mundo perdió a Agapito.


La señora Zarca, mujer aguerrida que levantó al pueblo en contra de un alcalde abusivo que pateaba las mantas llenas de frutas que las mamás vendían. Ella que lo hizo correr por las calles y tembloroso se refugió en la comisaria; para evitar su linchamiento y su expulsión en burro. Aconsejaba a las mamás:


Que ningún militar entre a su casa, tranquen con barreta la puerta y recuerden camuflar el arma, que nadie domine sus mentes, que ninguno pretenda tocar su cuerpo. Y si destrancan, huyan, huyan hacia los cerros, allá donde no nos alcanza la ley, ni el gobierno.


Tenemos que ser enérgicos, o vendrán los bárbaros a promiscuar la casa. Ellos violentaran a las niñas y niños, prostituirán a las jóvenes y esclavizaran al pueblo. Debemos indignarnos y que nos impulse la furia, que sea como un incendio, o si no como en una pintura de Rubens: vendrá Saturno a devorarnos. 



¿Onstan las Hierbitas?


¿Onstan las Hierbitas?

                                                                                 Se destruye el cuerpo/

                                                                                  sobre sus ruinas

                                                                                  se erige el poema.


Los que conversan conmigo

intempestivamente cambian

creen que no me doy cuenta

más descubro su doblez

su respiración corrompida los delata

y parpadean en la hendidura inasible del tiempo.

 

Corre del fuego/de la llamarada fiera/ del pasto incinerado/corre de mi deleite al mirarte/con mis ojos paganos.

 

Me percato

quieren lastimarme

me pongo en guardia

salgo de prisa a la calle

me alejo del influjo de sus grandes pupilas.

 

Se desliza  la tarde con el pecho trizado/ vertiginosa noche triunfante devora la luz/ Un pájaro espía desde un árbol hecho de sombras/ y aún canta.

 

La calle ha sido silenciada

la tarde es un papel arrugado que alguien arrojó al piso

es la tullida sombra de las casas de adobe

de los árboles que no soportaron la sequía viendo mi espanto

es la oscuridad que carcome los tallos encostrados en esta ciudad.

 

Ahuyentar a los cuervos que se posan en las ventanas de las escuelas, de los impecables cuartos rectangulares que aplastan el genio de los niños.

 

¿De dónde vienen las aves gigantes que se posan en el techo de esta casa?/ ¿Por qué se alimentan de la inmundicia que sale de ese agujero?  

 

Una parte de mí se da cuenta

que soy tragada por la demencia

que no se puede fijar la mirada en el vacío

que no se puede repetir una sola palabra tantas veces

Tiempo tiempo tiempo

tiempo tiempo tiempo…

ni permanecer con la boca abierta

ante el asombro del aleteo de una mariposa

ni escuchar tan nítido el tamborilear de mi corazón.

Es una alucinación haber partido cuando las huellas del pozo ciego se instalan en el centro del timo y en la radio mi tía Carmencita Lara Capristán canta “El árbol de mi casa está muy triste porque se ausentaron ya las aves. Pero algún día las veré volando errantes por el mundo y en un segundo la que es mía cogeré”. Y el recuerdo del carraspeo de papá, zarandea la mesa con el teclear imperativo de la máquina de escribir y me lleva a la Casa Vieja. 


Tengo miedo algo terrible sucederá en este instante

                 tengo miedo algo terrible sucederá en este instante

                        tengo miedo algo terrible sucederá en este instante

ni un solo pensamiento debe girar tantas veces

 

¿Quién está sentada cabizbaja en una silla, en aquel oscuro corredor de la muerte? / ¿quién es esa mujer que escabulle su rostro del mío y espera su condena entre penumbras con los ojos llenos de pus? /¿por quién mi corazón se apiada y la abrazo en perdón?

 

Recetaron pastillas verdes, blancas y celestes

                 tengo miedo algo terrible sucederá en este instante

una más grande que otra, diferentes horas

temprano para perderse en la niebla

                 tengo miedo algo terrible sucederá en este instante

en la tarde para aturdir a los pájaros

                 tengo miedo algo terrible sucederá en este instante

en la noche para huir desbocados

al sutil escenario donde seremos proyectados.

 

Cuando afloren las canas puedes voltear la mirada, apreciar los escombros dejados, las ramas secas de invierno, los caminos con mala hierba, las casas sin balcones cubiertos de maleza.

 

Puedo distender lo que contiene el grito, podría desistir de controlarme y echar a correr, dejar que explote el dolor, que me esquile, que me tumbe.

 

Receta para zombi

zumbidos en mi cabeza

receta para explotar mi corazón

taquicardia

alguien está mordiendo mi cuerpo.

 

Una mujer frota una vieja muñeca por el lado izquierdo de mi cuerpo, estoy muy aturdidala aparto. Me dice, aún falta frotarte otra muñeca en la parte derecha.

La música de los Destellos de Enrique Delgado, suena en el tocadiscos a los bosques me interno yo/ a llorar mi soledad/ huir a los bosques ¿Cómo se huye de una ciudad incendiada?!

                 tengo miedo algo terrible sucederá en este instante

¿Entonces dónde hallaremos los campos de rosas?/¿en qué camino se extraviaron las campesinas con sus alforjas de hierbas? /¿en qué lugar anidan los racimos de tréboles que alumbran la noche y suplen a las estrellas ?

 

Estás cuesta abajo

estás cuesta abajo

hierbitas hierbitas

aférrate a la hierbitas

toronjil, coca, matico, hierba buena, romero, sábila, marihuana.

 

¿Onstan las hierbitas? 



El tiempo y la revelación de la memoria en Palabras que reservo para las tinieblas, por César Ruiz Ledesma


 

Zoila Capristán ha publicado tres libros de poesía, Bajo ceroPalabras que reservo para las tinieblas y, recientemente, Canta en mi nuca el ruiseñor. Además de su producción, tiene una importante presencia en la escena literaria peruana, dado que dirige una editorial de poesía y ha participado en diferentes recitales y lecturas poéticas. En esta ocasión vamos a reseñar su segundo libro, Palabras que reservo para las tinieblas, de placentera lectura y amplia temática, pues apela al ejercicio de la memoria.

Como bien señala el narrador Cromwell Jara en el prólogo, el poemario es la construcción de una memoria personal y de una memoria colectiva, esto es, la representación, o canto, de Chilete, pueblo en Contumazá al interior de la provincia de Cajamarca. Así, el libro se divide en tres partes, “En La Baranda del Balcón de Palomar”, “El Eje de la Hoguera” y “Muralla de Silencio”. Sintomático es que la mayoría de poemas de la primera parte cuenten —porque, además, allí todos los poemas están en prosa y tienen un estilo narrativo— las vivencias en Chilete. La segunda parte, como profundizando al corazón del pueblo, versa la casa donde la voz poética creció y la tercera parte llega hasta su habitación (“venid a ver el cuarto del poeta”, como decía César Calvo). A la vez, en esta sección final, la temática se amplía, dado que aparece Lima (la migración) entrelazadas con más escenas de la infancia y de Cajamarca.

Además de lo señalado por el autor de “Montacerdos”, ahora, nosotros queremos apuntar también que el tiempo que germinó esa memoria, con la llegada de la voz poética a la adultez, ha venido a distorsionarse, de modo que los años felices de la niñez se revelan como sombríos, lúgubres y difíciles. Citemos el poema primero, “Peste”, donde el sarampión azota Chilete arrebatándole las vidas a varios niños: “Pero fue ella la Elegida, entonces le escuché decir:/ —Mamá ese Señor de negro me llama… está enterrando pelos en mi boca. Dile que no lo haga./ Mamá la recostó a mi lado; sus formas de ser alado se tornaron rígidas y sentí el rigor mortis atravesar mi piel./ —Un cuerpo es funesto sin el alma dentro de él./ Mamá vuelve la mirada furiosa y me increpa:/ —¿Por qué no fuiste tú?” De esta forma la inocente memoria de niña, con la adultez y la lucidez que da el tiempo, se revela sombría ante la preferencia de la madre, opción que en ese momento no se entendía de tal manera.

Lo mismo sucede con el poema “Largas trenzas de las niñas”, donde el párrafo inicial contrasta con el final en el contexto de la Reforma Agraria ejecutada por la Junta Militar, liderada por Juan Velazco Alvarado. Citemos: “A la tienda llegaba el hacendado Cappelleti de impecable terno blanco, bigote rizado y dos filados ojos azules que escudriñaban los mostradores repletos de mercancías, artefactos y juguetes. Escondida dentro de las vitrinas, tomaba el oso de lata y giraba la manizuela entonces la esférica cuerda se movía y saltaba el niño de metal”. El hacendado escudriña la mercancía como si quisiera tomarla para su beneficio y, al mismo tiempo, la voz poética, que sabemos es una niña, tiene que esconderse de su ambición (muy posiblemente carnal). Y mientras se pone a buen recaudo, sin saberlo y para no advertir cuáles son las intenciones de aquel hombre, opera un bonito juguete. Esta memoria, entonces, con el paso del tiempo y la lucidez se vuelve sombría: la realidad del adulto contamina a la realidad del niño. “Largas trenzas de las niñas” termina con el siguiente párrafo: “Cuando se ocultaba el sol, se reunían con lámparas y aprendían el alfabeto. Compraron con billetes nuevecitos radios a pilas, tocadiscos y bailaban huaynos. Decía mamá: estos campesinos ya no compran yonque, solo beben cerveza para intentar olvidar a sus muertos del Talalán”. Tras la Reforma Agracia, entonces, la vida de los campesinos ha mejorado: se instruyen y perciben un verdadero sueldo por su trabajo. Pero este ligero bienestar contrasta con la matanza de Talalán y el consumo del alcohol para olvidar.

De la segunda sección, “El Eje de la Hoguera”, donde aparecen con más frecuencia poemas de hogar, quiero resaltar “Diamantes, cocos y nudos”, “Mamá vendió la casa” y “Ojos cerrados”. En el primero el juego de los niños, el pintar y dibujar tan preciado en los infantes, se inflama con lo que se muestra como una plegaria: “—Balancéate casita de madera, camisa de fuerza protégeme de mí./ Que no suban las serpientes por mis piernas y no aviven los secretos de la Casa Vieja y me hablen de la familia./ —¡Orfandad!”. ¿Cuáles son los secretos de la Casa Vieja que la voz poética rechaza conocer? ¿Y por qué la palabra “orfandad” aparece y con signos de exclamación al siguiente verso? El descubrimiento de aquello, posible en edad adulta, puede dejar sin infancia a la voz poética, por lo que es mejor no saber. La infancia se lleva como algo preciado que, no obstante, es asaltada de revelaciones. Lo mismo sucede con el siguiente poema, “Mamá vendió la casa”, cuando leemos “Retrocedo a mirar cómo restriega/ las llagas sepultadas por el tiempo/ crecí en el lindero de la puerta falsa/ mi cuerpo se desvaneció donde no llegan las señales”. La casa de la infancia se va, se vende, y eso arranca un dolor. Es más, remueve las “llagas sepultadas por el tiempo”. Igualmente, en “Ojos cerrados”: “Un día descubrió la falsa luz de la ciudad/ la verdad de los puñales/ la sed del pedófilo/ la familia de hienas que iban tras su tersa piel”. El descubrimiento, el darse cuenta de que en la ciudad no siempre se está mejor (de ahí que diga “falsa luz”), los puñales y la verdad, el bajo deseo carnal de un hombre y de hombres (“hienas”) acusa un dolor en el adulto que vivió aquello cuando fue infante.

En suma, en Palabras que reservo para las tinieblas hay una revelación dolorosa que ocurre al contrastar infancia con adultez. Y esto es posible solo con la memoria y los sueños. Recordar es advertir el trasfondo de las cosas y ese paraíso perdido que puede ser la infancia se ve sitiado por ello. Podemos comentar, también, “Barquitos de papel” en la tercera parte de libro donde se amplía la temática, dado que ahora hay un contraste con la realidad del niño y la realidad del adulto que, sin embargo, construyen una nueva y tercera, como vasos comunicantes: “Cuando caía la lluvia en el tejado se deslizaba por las canaletas, el agua corría por la vereda y se levantaban gigantes olas marrones./ Era hora de sacar los barquitos de papel” y “Largo tiempo no retornan mis barquitos de papel, deben estar enfrascados en gloriosas batallas”. Batallas que son la del pasado con el presente y que se reservan para las tinieblas, como bien apunta el título. De ahí que, en esos poemas, Capristán emplee la prosa, dado que la narración requiere más espacio que el verso.

Diamantes, Cocos y Nudos


 Golpeo mi cabeza en las esquinas.

 ─Balancéate casita de madera, camisa de fuerza protégeme de mí.

Que no suban las serpientes por mis piernas y no  aviven los secretos de la Casa Vieja y me hablen de la familia.

 

─¡Orfandad! 

 

Con un pabilo en las manos bosquejo figuras entre los dedos diamantes, cocos y nudos, desgarro los recuerdos de aquel patio de nube, el fugaz nido del ave azul y el gallinazo que atiza con sus alas mis pesadillas.

 

En un baúl de cartón han escondido las tijeras, voy a arrancar mis trenzas y mis uñas, con dunlopio haré una muñeca sin corazón.

 

 ─ ¡Mutila, mutílate, mutílalo!

 

Plánchalos con una docena de golosinas diazepan, muéstrale la soguilla en su cuello y se columpie a las 3.33

 

─Hay que aquietar la voz que ordena asesinar, mostrarle la bondad desde el interior.

 

─Y en la mesa ahuecada un cadáver es despedazado en cuatro.

Nadie llama


 Arden los cerros

silencioso está el pueblo

vacías las calles

ventanas cubiertas de viejos ponchos

el cadáver está solo en su habitación

ya no es tiempo del simulado afecto

no escucha voz

nadie llama.

 

Cuando besa mis manos no soy cadáver del país desierto.


 

“Escritores en el Bicentenario”, por Fernando Carrasco. Entrevista la escritora Zoila Capristan.