Palabras que Reservo para las Tinieblas, el nuevo poemario de Zoila Capristán, es muy posible que a futuro provoque no pocos estudios en el ámbito literario nacional. Porque este es un libro que atenta a la poesía. La bombardea, la quiebra, la desmenuza y la hace leña y polvo de muerto; no para dejarla en despojo, sino para reformularla con nuevos criterios, revitalizarla aplicando en sus fundamentos, nueva propuesta, un concepto de poesía desbordante, agresivo, inusual; para configurarse en nueva fórmula, en renovada arte poética.
Palabras que Reservo para las Tinieblas, exige un nuevo lector, sensitivo, culto e inteligente, porque su estructura, como edificio poético, se arma y levanta utilizando las técnicas más insospechadas. Por momentos se abriga de sociología, se matiza de visiones y paisajes pictóricos, utiliza las técnicas del haiku o del tanka japonés y así nos embriaga de aromas, colores y sugerencias sincréticas; luego, este poemario es memoria familiar, memoria de un pueblo, memoria de una voz poetizadora; y, cuando menos se espera, adopta las técnicas del guión de cine (las que Capristán muy bien domina) y avisoramos paisajes de cámara en lente panorámica, en ángulos de picada, en traveling, en close up, en flash back; y cuando no, la voz omnisciente que nos declara el poema: se constituye en monólogo (en voz pasiva) o en soliloquio (en voz agresiva), en diálogos de relato, de cuento o de novela, en raconto, o en sensaciones cinéticas de diálogos múltiples (aspectos que Zoila Capristán igualmente domina). Y esto no es todo porque Palabras que Reservo para las Tinieblas,, es también testimonio de vida, documento histórico, crónica de un pueblo; y los temas laterales que dan atmósfera al tema central son múltiples, propios del pueblo llamado Chilete: la peste del sarampión, el desfile de los ataúdes, la calle de las vendedoras, el Puente Rojo; donde la poesía, como en pantalla de cine, en traveling y panorámica perfecta, adquiere el brillo, color y el aroma en un paisaje realista, en acuarela; veamos un fragmento del poema “Cantar de los pájaros”:
Tras las vidrieras de la tienda he contemplado el
devenir de la gente: niños pájaros deslizando el viejo aro de la bicicleta en
las pendientes de las polvorientas calles. Campesinas con olor hierba buena que
adornaban sus cabellos con ganchitos de plumas de pavo real. La señora de
Nieves y su inseparable burro blanco cargado de plátanos manzanos y pepinos.
Los sin zapatos que
ingresaban a la tienda con sus monedas de sol…
Pero, sobre todo, Palabras que Reservo para las Tinieblas,: es también poemario íntimo, de intensidad y dolor. De dolor y sanación. De dolor y liberación. La constatación –hecha poesía– de una herida. También la voz de un resentimiento, denuncia, oprobio, constatación de un sumario de maltratos. Dolor y denuncia de una sobreviviente que anduvo por los territorios del infierno, y pudo huir de ahí para darnos este documento de por sí, valioso, hasta ejemplar, heroico; poética lograda en la voz inocente de una niña evocativa. (Como lo haría un José María Arguedas). No una niña ingenua, a secas. Es la poética de una niña que razona, con cierta precocidad e inteligencia, quien resiste el acoso y el maltrato humillante, físico, de la sagrada familia según enuncia con amarga ironía la poeta –padre, madre y hermanos, cada cual, crueles a su turno–, pero a la niña se la siente con fortaleza del río y la sabiduría del árbol floreciente, ahí, cerca suyo; hasta cuajar, gracias a la fuerza de su espíritu, y sublimar su dolor oscuro, y hacer nacer la poesía desde su tragedia solitaria.
Y eso es lo sorprendente. Sublimar, hacer poesía de lo que más nos duele y
sobrecoge, parece fácil, pero no lo es. Hay que ser artista, vivir en poesía.
Haber nacido para la poesía y sentir la poesía. Ser fuego de poesía. Hay que
reflexionar y ejercitar el pensamiento. Y desde luego, la poesía llega,
natural, caudalosa, cuando se es connatural con ella. Si no todo mundo,
sufriente, herido, hiciera poesía. Y esa suerte le tocó a Zoila Capristán.
Quien no solo es poeta. Es poeta de talento. Poeta de raza. Pero cuánto habrá
sufrido, como Vallejo padeció, para lograr, tras honda reflexión de artista, y
muchas meditaciones, afilar el verso y expresar con equidad y nervio vivo, el
sentimiento y la palabra vibrante, más honda. Y pienso en Poemas Humanos y
pienso en Trilce, el más famoso poemario de Vallejo. Donde los versos,
repudiados en su época, en apariencias ilógicas, absurdos, dantescos y con
visos de delirio y alucinación, son de repente, el mejor pincel para retratar
lo más hondo, oscuro, misterioso e íntimo, del corazón humano. Quiero decir, de
la esencia del ser humano. Tal como Vallejo delirante y desamparado padeció en
reclusión, la voz poética de la niña también, por desgracia, tiene algo
similar; por causa de la sagrada
familia, como ironiza la poeta; he aquí la visión de pesadilla de esta
niña, en su cuarto de reclusión; vemos un fragmento del poema “Piedra seca”:
En la Casa Vieja
trancaron todas las puertas. La habitación era un
ataúd de barro y cañas, reclusorio forzoso donde agonizaba.
Y este otro fragmento del poema “Mala Noticia”
Estación de hielo
se detiene el reloj
la ciudad voraz se destruye
a vuelo de pájaro
los escombros colindan con mi habitación
olor a carne agusanada penetra por la hendija
zumban las moscas en mi rostro
miedo de mover mis huesos
sobrevendrá una mala noticia.
─Te aliviaremos el espanto en un sótano de
hierro, masticarás pastillas negras, serás dócil como oveja. Di que las
cicatrices no se forjaron en tu infancia.
Alguien toca la puerta para reconocer un cadáver
inescrutables rostros de los muertos de infancia
testificaré que a
nadie conozco
inventaré una
historia para agradar a mis hermanos
prometo ya no
delatar a la Sagrada Familia.
Pero lo hace, y delata al mundo tanto abuso.
Circunstancia amarga donde aparentemente no hay salidas, no hay aún escape,
ni acomodo, cuando la niña, al parecer siente el fin:
Sin encontrar la
salida nos acariciamos la frente convencidos que ya no hay retorno, que nuestra
piel jamás volverá a ahogarse en el río, que la celda donde me desnudan es un
lugar seguro, que las flores de plástico tienen aroma, que el crujido de las
puertas de hierro es el cantar de los pájaros.
─Ahora hablamos solo con gestos; las palabras se reservan para las
tinieblas.
Pero, felizmente, su poesía no solo es legajo de reclamos y denuncias; es
sobre todo poesía, y más que eso es poesía, al fin, con belleza y esperanza.
Con esperanza e ilusión de futuro.
Porque no podría ser de otro modo. Intuye la niña que en la vida no todo es
horror y alienta a sí misma:
Un día crecerá una muralla de silencio
crecerá tan alta
que no permitirá
sentir nada.
Su voz no alcanzará mis oídos
el muro será tan elevado
que solo intuiré sus palabras.
Quedaré cubierta de mariposas
y las estrellas que me arrebataron
una a una volverán a mis ojos.
Hasta que encuentra la certeza, lejos de resignarse al maltrato, escapa de
casa, huye, alentándose, dándose consuelo, afirmándose en su naciente
fortaleza:
Descorre los cierres de la piel
ansía ser feliz
volverás a intentarlo una y otra vez
una y otra vez
hastiado
allí
en el columpio que aún ondula
atado al ombligo
de tu mamá.
Y entonces, cómo no celebrar este poemario, constatación de entereza y
resistencia, que acaba siendo paradigmático, en un país donde la violencia
contra la mujer y la niñez, es diaria, como epidemia vergonzante, como es de
inhumana, denigrante.
Zoila Capristán con este poemario logra ubicarse en la fila de quienes,
desde su escritura y arte, perduran en la literatura por sus reclamos ante las
enormes injusticias, como Vallejo y José María Arguedas lo hicieron, con la
belleza de su poesía y la fuerza de su prosa poética.
Quedará este
poemario no solo como obra de arte, también será modelo de coraje, de espíritu
indoblegable, como también de refugio y consuelo, ilusión y esperanza
salvadora, ante lo que creíamos vencido, destrozado e irreparable.
Mi admiración profunda a Zoila Capristán, por su calidad de artista, su
temple indoblegable, su amor a la vida; y porque supo hacer de su dolor un
templo de poesía en este valioso poemario.
Cronwell Jara Jimenez.
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