domingo, 27 de agosto de 2023

Pintura de Rubens

 Los camiones de los militares llegaban veloces, levantaban el polvo de la carretera y una niebla arcillosa cubría los caminos. Llevaban a los muchachos como si fueran venados; los subían a la fuerza a los furgones del ejército. Los jóvenes huían, desertaban por los caseríos y se instalaban en las cuevas de los cerros.

 

En su puesto de periódicos el señor Cachemita, decía: Así actúan los gobiernos desde 1898, cuando el Presidente Nicolás de Piérola Villena promulgó la ley de Servicio Militar, y bajo el imperio de la ley, todos los jóvenes pertenecen al estado. Ahora son dueños de su vida y su destino. Por eso él escondió a su hijo en una chacra, en las alturas de San Miguel, hasta que la leva pase.

 

Fue así que perdí el rastro de Agapito, el muchacho de manos bellas y mirada triste, el que imitaba los silbidos de la chilala y el tordo. Si he de volver a observar su figura en el espejo de los que retornaron del secuestro, veré un soldado de cabeza rapada, presto a la obediencia por miedo. Habrá olvidado, a punta de bayonetazos, los amagues del viento que hacían los pájaros cuando cantaban en la copa de los pinos.

 

Sus brazos que perfectamente giraban los rodillos engrasados del carrito de madera y viraban en las curvas, y volaban en las pendientes de las calles. Sus dedos que se teñían con los colores de las bolitas de cristal y sus manos que hacían bailar al trompo, estarán impregnadas de pólvora, rígidas como preludio al último disparo.


El viento ya no vibrará en el trinar de aquel muchacho. El mundo perdió a Agapito.


La señora Zarca, mujer aguerrida que levantó al pueblo en contra de un alcalde abusivo que pateaba las mantas llenas de frutas que las mamás vendían. Ella que lo hizo correr por las calles y tembloroso se refugió en la comisaria; para evitar su linchamiento y su expulsión en burro. Aconsejaba a las mamás:


Que ningún militar entre a su casa, tranquen con barreta la puerta y recuerden camuflar el arma, que nadie domine sus mentes, que ninguno pretenda tocar su cuerpo. Y si destrancan, huyan, huyan hacia los cerros, allá donde no nos alcanza la ley, ni el gobierno.


Tenemos que ser enérgicos, o vendrán los bárbaros a promiscuar la casa. Ellos violentaran a las niñas y niños, prostituirán a las jóvenes y esclavizaran al pueblo. Debemos indignarnos y que nos impulse la furia, que sea como un incendio, o si no como en una pintura de Rubens: vendrá Saturno a devorarnos. 



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