Tras las vidrieras de la tienda he contemplado el devenir de la gente: niños pájaros deslizando el viejo aro de la bicicleta en las pendientes de las polvorientas calles. Campesinas con olor hierba buena que adornaban sus cabellos con ganchitos de plumas de pavo real. La señora de Nieves y su inseparable burro blanco cargado de plátanos manzanos y pepinos.
Los sin zapatos que ingresaban a la tienda con sus monedas de sol compraban sal, cigarrillos, agujas, querosene. También velas y junto a un cántaro y una flor blanca que en la madrugada florecía en el río, adornaban la mesa de la cocina donde yacía su difunto. Esparcían gotas de agua sobre el cadáver y en aquel manso roció imitaban el triste cantar de los pájaros cuando la lluvia diluía sus nidos.
En el piso de tierra escondían sus dolores los deudos sin zapatos, callados contemplaban al difunto mientras sus manos espantaban las moscas. Tenían cuidado al cambiar los algodones de sangre para no tiznar la mesa bordada de fuego.
En la madrugada trenzaban paja y madera y hacían el ataúd. Por la tarde cabeza gacha sin desmayos ni aspavientos partían al cementerio, sabían que se viene a tratar de embellecer los caminos y que el pariente les dejaba un pedazo de tierra y una pared de quincha que los protegería del zorro y de las víboras.
Tomaban sorbos de agua de azahar, se frotaban las piernas con belladona, vinagre Bully en las sienes y unas copas de yonque para macerar las penas. Envueltos en humo de cigarro Inca y masticando hojas de coca se perdían entre las tumbas.
Cuando el sol se ocultaba en el cerro más alto la tierra abría su vientre y cobijaba al difunto, un olor a floripondio inundaba la tumba.
Después huraños se desperdigaban por las calles, unos subían al cerro otros corrían a las chacras, una mamá de trenzas canosas y un perro consolaban en casa.
Al día siguiente el dulzor del mango los levantaba con geranios en las manos.
Ella venía a la tienda tintineando las
monedas entre sus manos, con sus andariegas sandalias anudadas al sol y su
vestido de filigrana.
─Dice que dice la Pancha ¿cuánto cuesta el
pasaje a Lima?
La gente contaba que fue profesora y que
antes tenía la belleza de las orquídeas y que un día un pequeño remolino que
empujaba a ras de los tobillos unas piedrecitas y un conjuro, se agazapó entre
un matorraly le ofreció un plato con
hechicería.
Tiendo mi
mesa a las 12 de la noche, camino por el Cerro Colorado, voy por la gran Laguna
Negra, voy a ti poderosa Laguna Toro, invocando a los espíritus de las cuatro
direcciones, voy tumbando...
─Dice que dice la Pancha que me venda un
jaboncillo rosado.
Panchita entraba a todas las casas de
puertas abiertas que relucían sus manteles de hule floreados. La gente abría
sus ollas y le invitaban los potajes con afecto.
─Dice que dice la Pancha, que me venda
bolsas de colores para hacerme un vestido.
Yo la atendía con esmero, buscaba los
colores que realzaran sus grandes ojos, tan azules limpios y destellantes como
el cielo de Chilete. Me pagaba con monedas exactas, sin regateos, ni fiados.
─Dice que dice la Pancha que me venda
fósforos.
Cuando había luna llena prendía una
fogata en el río y danzaba desnuda; nadie podía mirarla ya no era ella; la luna
la poseía, tiraba piedras a todo lo que se movía.
─Dice que dice la Pancha que me dejen ir a
la laguna encantada, allí quedó mi rastro… y retazos de cordura.
Voy levantando
Apu Ausangate, protege Apu Salkantay, cuídennos de los malos vientos, invocados
y presentes los espíritus del Este donde brota el agua y se bebe de la fuente
del discernimiento, Oeste el mundo de la magia y el fuego, Norte casa de las
deidades y del incienso y Sur donde el
Shamán ritualiza, voy sanando …
Los camiones de los militares llegaban
veloces, levantaban el polvo de la carretera y una niebla arcillosa cubría los
caminos. Llevaban a los muchachos como si fueran venados; los subían a la
fuerza a los furgones del ejército. Los jóvenes huían, desertaban por los
caseríos y se instalaban en las cuevas de los cerros.
En su puesto de periódicos el señor
Cachemita, decía: Así actúan los
gobiernos desde 1898, cuando el Presidente Nicolás de Piérola Villena promulgó
la ley de Servicio Militar, y bajo el imperio de la ley, todos los jóvenes
pertenecen al estado. Ahora son dueños de su vida y su destino. Por eso él
escondió a su hijo en una chacra, en las alturas de San Miguel, hasta que la
leva pase.
Fue así que perdí el rastro de Agapito,
el muchacho de manos bellas y mirada triste, el que imitaba los silbidos de la
chilala y el tordo. Si he de volver a observar su figura en el espejo de los
que retornaron del secuestro, veré un soldado de cabeza rapada, presto a la
obediencia por miedo. Habrá olvidado, a punta de bayonetazos, los amagues del
viento que hacían los pájaros cuando cantaban en la copa de los pinos.
Sus brazos que perfectamente giraban los rodillos
engrasados del carrito de madera y viraban en las curvas, y volaban en las
pendientes de las calles. Sus dedos que se teñían con los colores de las
bolitas de cristal y sus manos que hacían bailar al trompo, estarán impregnadas
de pólvora, rígidas como preludio al último disparo.
─El viento ya no vibrará en el trinar de
aquel muchacho. El mundo perdió a Agapito.
La señora Zarca, mujer aguerrida que
levantó al pueblo en contra de un alcalde abusivo que pateaba las mantas llenas
de frutas que las mamás vendían. Ella que lo hizo correr por las calles y
tembloroso se refugió en la comisaria; para evitar su linchamiento y su
expulsión en burro. Aconsejaba a las mamás:
Que ningún
militar entre a su casa, tranquen con barreta la puerta y recuerden camuflar el
arma, que nadie domine sus mentes, que ninguno pretenda tocar su cuerpo. Y si destrancan,
huyan, huyan hacia los cerros, allá donde no nos alcanza la ley, ni el
gobierno.
Tenemos
que ser enérgicos, o vendrán los bárbaros a promiscuar la casa. Ellos violentaran a
las niñas y niños, prostituirán a las jóvenes y esclavizaran al pueblo.
Debemos indignarnos y que nos impulse la furia, que sea como un incendio, o si
no como en una pintura de Rubens: vendrá Saturno a devorarnos.
Corre del fuego/de la llamarada fiera/ del pasto incinerado/corre de mi deleite al mirarte/con mis ojos paganos.
Me percato
quieren lastimarme
me pongo en guardia
salgo de prisa a la calle
me alejo del influjo de sus grandes pupilas.
Se desliza la tarde con el pecho trizado/ vertiginosa noche triunfante devora la luz/ Un pájaro espía desde un árbol hecho de sombras/ y aún canta.
La calle ha sido silenciada
la tarde es un papel arrugado que alguien arrojó al piso
es la tullida sombra de las casas de adobe
de los árboles que no soportaron la sequía viendo mi espanto
es la oscuridad que carcome los tallos encostrados en esta ciudad.
Ahuyentar a los cuervos que se posan en las ventanas de las escuelas, de los impecables cuartos rectangulares que aplastan el genio de los niños.
¿De dónde vienen las aves gigantes que se posan en el techo de esta casa?/ ¿Por qué se alimentan de la inmundicia que sale de ese agujero?
Una parte de mí se da cuenta
que soy tragada por la demencia
que no se puede fijar la mirada en el vacío
que no se puede repetir una sola palabra tantas veces
Tiempo tiempo tiempo
tiempo tiempo tiempo…
ni permanecer con la boca abierta
ante el asombro del aleteo de una mariposa
ni escuchar tan nítido el tamborilear de mi corazón.
Es una alucinación haber partidocuando las huellas del pozo ciegose instalan en el centro del timo y en la radio mi tía Carmencita Lara Capristán canta “El árbol de mi casa está muy triste porque se ausentaron ya las aves. Pero algún día las veré volando errantes por el mundo y en un segundo la que es mía cogeré”.Y el recuerdo del carraspeo de papá, zarandea la mesa con el teclear imperativo de la máquina de escribir y me lleva a la Casa Vieja.
Tengo miedo algo terrible sucederá en este instante
tengo miedo algo terrible sucederá en este instante
tengo miedo algo terrible sucederá en este instante
ni un solo pensamiento debe girar tantas veces
¿Quién está sentada cabizbaja en una silla, en aquel oscuro corredor de la muerte? / ¿quién es esa mujer que escabulle su rostro del mío y espera su condena entre penumbras con los ojos llenos de pus? /¿por quién mi corazón se apiada y la abrazo en perdón?
Recetaron pastillas verdes, blancas y celestes
tengo miedo algo terrible sucederá en este instante
una más grande que otra, diferentes horas
temprano para perderse en la niebla
tengo miedo algo terrible sucederá en este instante
en la tarde para aturdir a los pájaros
tengo miedo algo terrible sucederá en este instante
en la noche para huir desbocados
al sutil escenario donde seremos proyectados.
Cuando afloren las canas puedes voltear la mirada, apreciar los escombros dejados, las ramas secas de invierno, los caminos con mala hierba, las casas sin balcones cubiertos de maleza.
Puedo distender lo que contiene el grito, podría desistir de controlarme y echar a correr, dejar que explote el dolor, que me esquile, que me tumbe.
Receta para zombi
zumbidos en mi cabeza
receta para explotar mi corazón
taquicardia
alguien está mordiendo mi cuerpo.
Una mujer frota una vieja muñeca por el lado izquierdo de mi cuerpo, estoy muy aturdida, la aparto. Me dice, aún falta frotarte otra muñeca en la parte derecha.
La música de los Destellos de Enrique Delgado, suena en el tocadiscos a los bosques me interno yo/ a llorar mi soledad/ huir a los bosques ¿Cómo se huye de una ciudad incendiada?!
tengo miedo algo terrible sucederá en este instante
¿Entonces dónde hallaremos los campos de rosas?/¿en qué camino se extraviaron las campesinas con sus alforjas de hierbas? /¿en qué lugar anidan los racimos de tréboles que alumbran la noche y suplen a las estrellas ?
Zoila
Capristán ha publicado tres libros de poesía, Bajo cero, Palabras
que reservo para las tinieblas y, recientemente, Canta en mi
nuca el ruiseñor. Además de su producción, tiene una importante presencia
en la escena literaria peruana, dado que dirige una editorial de poesía y ha
participado en diferentes recitales y lecturas poéticas. En esta ocasión vamos
a reseñar su segundo libro, Palabras que reservo para las tinieblas,
de placentera lectura y amplia temática, pues apela al ejercicio de la memoria.
Como bien señala el narrador Cromwell Jara en el prólogo,
el poemario es la construcción de una memoria personal y de una memoria
colectiva, esto es, la representación, o canto, de Chilete, pueblo en Contumazá
al interior de la provincia de Cajamarca. Así, el libro se divide en tres
partes, “En La Baranda del Balcón de Palomar”, “El Eje de la Hoguera” y
“Muralla de Silencio”. Sintomático es que la mayoría de poemas de la primera
parte cuenten —porque, además, allí todos los poemas están en prosa y tienen un
estilo narrativo— las vivencias en Chilete. La segunda parte, como
profundizando al corazón del pueblo, versa la casa donde la voz poética creció
y la tercera parte llega hasta su habitación (“venid a ver el cuarto del
poeta”, como decía César Calvo). A la vez, en esta sección final, la temática
se amplía, dado que aparece Lima (la migración) entrelazadas con más escenas de
la infancia y de Cajamarca.
Además de lo señalado por el autor de “Montacerdos”,
ahora, nosotros queremos apuntar también que el tiempo que germinó esa memoria,
con la llegada de la voz poética a la adultez, ha venido a distorsionarse, de
modo que los años felices de la niñez se revelan como sombríos, lúgubres y
difíciles. Citemos el poema primero, “Peste”, donde el sarampión azota Chilete
arrebatándole las vidas a varios niños: “Pero fue ella la Elegida, entonces le
escuché decir:/ —Mamá ese Señor de negro me llama… está enterrando
pelos en mi boca. Dile que no lo haga./ Mamá la recostó a mi lado; sus
formas de ser alado se tornaron rígidas y sentí el rigor mortis atravesar mi
piel./ —Un cuerpo es funesto sin el alma dentro de él./ Mamá vuelve
la mirada furiosa y me increpa:/ —¿Por qué no fuiste tú?” De esta
forma la inocente memoria de niña, con la adultez y la lucidez que da el
tiempo, se revela sombría ante la preferencia de la madre, opción que en ese
momento no se entendía de tal manera.
Lo mismo sucede con el poema “Largas trenzas de las
niñas”, donde el párrafo inicial contrasta con el final en el contexto de la
Reforma Agraria ejecutada por la Junta Militar, liderada por Juan Velazco
Alvarado. Citemos: “A la tienda llegaba el hacendado Cappelleti de impecable
terno blanco, bigote rizado y dos filados ojos azules que escudriñaban los
mostradores repletos de mercancías, artefactos y juguetes. Escondida dentro de
las vitrinas, tomaba el oso de lata y giraba la manizuela entonces la esférica
cuerda se movía y saltaba el niño de metal”. El hacendado escudriña la
mercancía como si quisiera tomarla para su beneficio y, al mismo tiempo, la voz
poética, que sabemos es una niña, tiene que esconderse de su ambición (muy
posiblemente carnal). Y mientras se pone a buen recaudo, sin saberlo y para no
advertir cuáles son las intenciones de aquel hombre, opera un bonito juguete.
Esta memoria, entonces, con el paso del tiempo y la lucidez se vuelve sombría:
la realidad del adulto contamina a la realidad del niño. “Largas trenzas de las
niñas” termina con el siguiente párrafo: “Cuando se ocultaba el sol, se reunían
con lámparas y aprendían el alfabeto. Compraron con billetes nuevecitos radios
a pilas, tocadiscos y bailaban huaynos. Decía mamá: estos campesinos ya
no compran yonque, solo beben cerveza para intentar olvidar a sus muertos del
Talalán”. Tras la Reforma Agracia, entonces, la vida de los campesinos ha
mejorado: se instruyen y perciben un verdadero sueldo por su trabajo. Pero este
ligero bienestar contrasta con la matanza de Talalán y el consumo del alcohol
para olvidar.
De la segunda sección, “El Eje de la Hoguera”, donde
aparecen con más frecuencia poemas de hogar, quiero resaltar “Diamantes, cocos
y nudos”, “Mamá vendió la casa” y “Ojos cerrados”. En el primero el juego de
los niños, el pintar y dibujar tan preciado en los infantes, se inflama con lo
que se muestra como una plegaria: “—Balancéate casita de madera, camisa de
fuerza protégeme de mí./ Que no suban las serpientes por mis piernas y no
aviven los secretos de la Casa Vieja y me hablen de la familia./ —¡Orfandad!”.
¿Cuáles son los secretos de la Casa Vieja que la voz poética rechaza conocer?
¿Y por qué la palabra “orfandad” aparece y con signos de exclamación al
siguiente verso? El descubrimiento de aquello, posible en edad adulta, puede
dejar sin infancia a la voz poética, por lo que es mejor no saber. La infancia
se lleva como algo preciado que, no obstante, es asaltada de revelaciones. Lo
mismo sucede con el siguiente poema, “Mamá vendió la casa”, cuando leemos
“Retrocedo a mirar cómo restriega/ las llagas sepultadas por el tiempo/ crecí
en el lindero de la puerta falsa/ mi cuerpo se desvaneció donde no llegan las
señales”. La casa de la infancia se va, se vende, y eso arranca un dolor. Es
más, remueve las “llagas sepultadas por el tiempo”. Igualmente, en “Ojos
cerrados”: “Un día descubrió la falsa luz de la ciudad/ la verdad de los
puñales/ la sed del pedófilo/ la familia de hienas que iban tras su tersa
piel”. El descubrimiento, el darse cuenta de que en la ciudad no siempre se
está mejor (de ahí que diga “falsa luz”), los puñales y la verdad, el bajo
deseo carnal de un hombre y de hombres (“hienas”) acusa un dolor en el adulto
que vivió aquello cuando fue infante.
En suma, en Palabras que reservo para las
tinieblas hay una revelación dolorosa que ocurre al contrastar
infancia con adultez. Y esto es posible solo con la memoria y los sueños.
Recordar es advertir el trasfondo de las cosas y ese paraíso perdido que puede
ser la infancia se ve sitiado por ello. Podemos comentar, también, “Barquitos
de papel” en la tercera parte de libro donde se amplía la temática, dado que
ahora hay un contraste con la realidad del niño y la realidad del adulto que,
sin embargo, construyen una nueva y tercera, como vasos comunicantes: “Cuando
caía la lluvia en el tejado se deslizaba por las canaletas, el agua corría por
la vereda y se levantaban gigantes olas marrones./ Era hora de sacar los
barquitos de papel” y “Largo tiempo no retornan mis barquitos de papel,
deben estar enfrascados en gloriosas batallas”. Batallas que son la
del pasado con el presente y que se reservan para las tinieblas, como bien
apunta el título. De ahí que, en esos poemas, Capristán emplee la prosa, dado
que la narración requiere más espacio que el verso.
─Balancéate casita de madera, camisa de fuerza protégeme de mí.
Que no suban las serpientes por mis piernas y
no aviven los secretos de la Casa Vieja y
me hablen de la familia.
─¡Orfandad!
Con un pabilo en las manos bosquejo figuras entre
los dedos diamantes, cocos y nudos, desgarro
los recuerdos de aquel patio de nube, el fugaz nido del ave azul y el gallinazo
que atiza con sus alas mis pesadillas.
En un baúl de cartón han escondido las tijeras, voy
a arrancar mis trenzas y mis uñas, con dunlopio haré una muñeca sin corazón.
─ ¡Mutila,
mutílate, mutílalo!
Plánchalos con una docena de golosinas diazepan, muéstrale
la soguilla en su cuello y se columpie a las 3.33
─Hay que aquietar la voz que ordena asesinar,
mostrarle la bondad desde el interior.
─Y en la mesa ahuecada un cadáver es despedazado
en cuatro.
Mamá dijo: no mires las rosas, aparta tu nariz del eje de su hoguera, no aspires
su fragancia, es humo ardiente que te infectará de uta, los gusanos que incuban
en el centro sutil carcomerán tu garganta, destruirán tu cara y tragarán tus
ojos.
Después de varios años compré
rosas amarillas, las traje temblorosa entre mis manos desde el mercado de Breña
donde antes rehuía su mirada. El muchacho delgado me vio pasar cerca de la
cafetería.
─¿Adónde
vas tan de prisa?; ven tomemos un café ¿qué llevas entre tus manos? Sin
desviar la mirada le respondí: Llevo
rosas amarillas a mi casa. Y seguí mi camino.
Las coloqué en el florero de cristal
y las miré extasiada. Acerqué mi rostro y aspiré su fragancia, un aroma suave y
delicado ingresó por mi nariz, olí profundo y enjuagué mi sangre, corté la
liana de espinas que me ataban. Dejaron de crujir mis huesos, liberaron las
moscas sus rencores.
Mi corazón se concibió parte del
rosal, fue el día en que mamá se convirtió en un triángulo rojo y no pudo
detener mis pasos a la florería.
Palabras que reservo para las tinieblas de Zoila Capristán.
El hallazgo del sentido poético de la vida.
David Antonio Abanto Aragón
Nombrar
lo que se lleva dentro
el árbol
hojarascas
corteza mía
Carolina O. Fernández. No queremos cazar la Noche
Palabras que reservo para las tinieblas (Vagón Azul editores & Montacerdos, 2021),publicado en una hermosa edición con tapa dura y sobrecubierta, está conformado por un preludio y tres secciones con cincuenta y un composiciones de impecable factura, cinceladas por el lenguaje descarnado, áspero y sin concesiones, que ya pudimos apreciar en Bajo cero (Vagón Azul editores, 2010) su primer poemario publicado. Todas las señas de su escritura que están presentes en esa opera prima, en este nuevo poemario, libro fascinante, desgarrador y tierno a la vez, llegan al paroxismo poético en la consolidación de una estética, cuyo título, Palabras que reservo para las tinieblas,no deja de ser una extractada declaración poética.
indescifrables signos eran conjurados en los calendarios lunares donde el designio de mi historia fue pactada un remolino mezcló hojas secas y plumas de tuco en el centro de la plaza de Chilete los vi ondulantes perderse atraídos por el profundo hoyo del Talalán
(Preludio, p. 19)
Sus composiciones desacralizan tiempos como la infancia; espacios como el hogar; instituciones como la familia, las relaciones filiales y nos muestran la vida siendo la vida misma sin moralejas con un lenguaje que está constantemente en evolucióny nos permite abismarnos en esos otros mundos que también son nuestro mundo, extraviarnos en otros tiempos y lugares, encontrarnos y reinventarnos a través de las palabras, a pesar de todo.
En la Casa Vieja también se filtró aquella nube negra. Una bocanada aspiró a mi hermana Nelly otra la tomé yo. Las dos ardíamos con más de 40 grados de fiebre, ella por tener 6 años se batía encolerizada, yo tenía 1 año y era devorada por la tinieblas.
Pero ella fue la Elegida, entonces le escuché decir:
—Mamá ese Señor de negro me llama… está enterrando pelos en mi boca. Dile que no lo haga.
Mamá la recostó a mi lado; sus formas de ser alado se tornaron rígidas y sentí el rigor mortis atravesar mi piel.
—Un cuerpo se hace funesto son el alma dentro de él.
Mamá vuelve la mirada furiosa y me increpa:
—¿Por qué no fuiste tu?
(Peste p. 24)
Esas palabras reservadas para las tinieblas brotan desde una oscura animalidad (caos potencialmente cosmos, desorden anhelante de armonía) y desnudan un canto continuo con el que sobreviene el sentido poético genuino, por ello mismo, estremecedor de toda una vida en halo de poesía. Son la mejor expresión de la poesía que sale de la oscuridad dispuesta a ganar la luz.En su largo recorrido se nutre de todo lo que encuentra a su paso, que la hace más sólida y permanente. Ello proviene del vitalismo radiante de Zoila Capristán y la cruda honestidad de su palabra poética, rebosantes de esa clase de memoria que tonifica y acrecienta el amor a la vida. Por eso, como ha sabido señalar Cronwel Jara en el prólogo del libro, su palabra no se queda en la mera queja o denuncia, su propuesta consiste en ser creación, porque «es sobre todo poesía, y más que eso es poesía, al fin, con belleza y esperanza. Con esperanza e ilusión de futuro» (p. 11).
Un día papá dijo que ya era hora de bautizarme. -Ya va a cumplir 10 años, pronto irá a colegio. Vino la madrina Elvira de Trujillo trayendo zapatos nuevos y un hermoso vestido blanco. Partimos a la iglesia con papá y mis padrinos, la tía Albina, el tío Roger, hermana Maruja. Mamá no quiso asistir.
El sacerdote Rebaza hizo un ritual para bendecirme, era su mirada azul límpida, como de un recién nacido. Escuché orar a los pájaros y su plegaria se posó en mi alma.
¿En qué ojos me posaré cuando esté herida?
En sus ojos me posaré.
(¿En qué ojos me posaré cuando esté herida?, pp. 32-33)
La memoria de los hombres es frágil, sin embargo tenemos la palabra con aliento de vida que perdura.
(Murciélago, p. 46)
Aquí conviene insertar una distinción sutil que existe entre la nostalgia y el recuerdo. La primera se basa en vivencias que nos causan desazón, pena, vacío interior (saudade según el idioma portugués: sentimiento de lo perdido que nos acongoja). Y esas vivencias nos afectan porque, al vivirlas en el pasado, no llegaron a realizarse cabalmente, por diversos motivos. Diferentes son los recuerdos no dictados por la nostalgia, sino por la presencia constante del pasado en nuestro presente, en tanto este es producto de aquel.
Mi casa tenía un árbol de espino
que prodigaba espinas para reventar pus de mis heridas
nunca dio frutos
pero fue madre adoptiva
de los tordos y las chilalas
de los pájaros que allí hacían sus nido
de los gallinazos que me visitaban por las tardes
sin que nadie se percatara.
Después de años transité por la casa de mi mamá
ella quiso limpiar mis huellas
derribó las paredes de quincha donde inhumé tormentos
mi casa no existe
mi casa solo está en mi memoria
en la fotografía.
(Mi casa en fotografía, pp. 51-52)
En Palabras que reservo para las tinieblas los recuerdos irrumpen para renovar el asombro frente a los acontecimientos que parecen imperceptibles cuando uno los experimenta y que al volver sobre ellos uno aprecia con mayor luminosidad. Por lo demás, recordar también permite pensar en otros temas que podemos vincular o no con nuestro origen. Son asuntos que se nos pierden, muchas veces, por estar concentrados mirando muy de cerca nuestra cotidianidad sin percatarnos de su origen en el pasado. Enhebrando imágenes poéticas por encima de la charlatanería y la polarización incide en lo más alto que nos queda, en ese impulso humano hacia la reflexión y el conocimiento.
Hilvané día a día las horas para después izarlas como velas en un bote a la deriva, anduve y desanduve el pasadizo espinosos de la casa vieja, no hay un solo lugar donde asirme, ni un hermoso recuerdo para esquivar los precipicios.
—Las cicatrices se abren cada cinco segundos.
(Partida de nacimiento, p. 54)
En las composiciones de Palabras que reservo para las tinieblas esos recuerdos (tristes, desgarradores, incisivos y dolorosos, en muchos casos, pero también entrañables, en otros, pero siempre honestos y apasionados) implican una asunción adecuada del pasado, conformado este por vivencias que lograron cristalizar cuando ocurrieron y que alimentan para siempre nuestro corazón (consideremos que etimológicamente recordar es volver a pasar por el corazón e implica mucho más que tener a alguien o algo en la memoria), llenándonos de energía vital para «cazar» esos instantes de felicidad/infelicidad que tal vez no supimos apreciar.
No hay lazo de sangre que nos una
los días que pasaron abrieron la herida
es el cuadro de la Sagrada Familia
el que se hereda de apellido en apellido
y en silencio obligado permanece la víctima.
—Descoseré mi boca, hablaré por los que callan, he de mostrar el horror, han de saber que detrás del jardín de una casa existe la habitación del espanto.
—Han de declararte paria.
(Sagrada Familia, p. 56)
La voz poética predominante en Palabras que reservo para las tinieblasse refugia todo el tiempo en las palabras para crear de modo espléndido su propia luz. Se trata de deshacer la criatura que habita dentro de nosotros, deshacer la condición de criatura, invirtiendo el proceso de creación con las palabras.
—Esa noche seres extraños vinieron en mis sueños, me senté en primera fila del gran teatro, ellos se sentaron a mi costado, se abrió el telón, vi muchos instrumentos musicales y concertistas; tocaron sinfonías más bellas que las de Mozart o Wagner. La música desvaneció mi cuerpo y no sentí dolor. ¿Quién los envió?, ¿quiénes son? Peregrinos que aún me visitan mientras duermo y tocan melodías de otros mundos.
Sin encontrar la salida nos acariciamos la frente convencidos que ya no hay retorno, que nuestra piel jamás volverá a ahogarse en el río, que la celda donde me desnudan es un lugar seguro, que las flores de plástico tienen aroma, que el crujido de las puertas de hierro es el cantar de los pájaros.
—Ahora solo hablamos por gestos; las palabras se reservan para las tinieblas.
(Un letrero que indique la salida, pp. 70-71)
La palabra es su capullo, la acogió, la acunó y dotó su vida de ilusión que ahora emerge (cual crisálida transformada en mariposa) para devolvernos un atisbo de esperanza en estas tinieblas en las que nos encontramos, en medio de una crisis sanitaria mundial que entristece y angustia.
Al partir me llevo
el espíritu cálido de la mesa de madera en casa de Maya
el aroma de Pacay de Tanita
los cuentos infantiles de la señorita Consuelo
el fantasma de mi padre escuchando pasillos
las mascotas y nada más.
—No pudieron secar la miel que destila mi corazón, ni devorar el aura de los picaflores que sobrevuelan sobre mi cabeza cuando camino sola, ni arrancar las alas de las mariposas monarcas que me acompañan cuando los Jueces llaman para declararme inocente del asesinato.
(Mamá Vendió La Casa, pp. 75-76)
Por ello, aunque pareciera que Palabras que reservo para las tinieblas nos ubica ante composiciones que no buscan ser fáciles de entender ni buscan agradar haciendo concesiones, hay una claridad elemental en ellas que rompe toda resistencia para aproximarnos a través de sus versos, como quien se acerca a una película (Cronwell Jara destaca acertadamente los nexos de la poesía de Capristán con el lenguaje cinematográfico), a los sentidos de su forma de ver y valorar la vida y el mundo.
En cada persona habita
su infancia
su perro
y juguetes que cobraron vida.
Y un papá
y una mamá que marcan
con rosas o con hierro
para siempre.
(Voz, p. 79)
No existe ánimo de inventar otra realidad
solo estirar la mirada.
(Mundo paralelo, p. 90)
En esa línea, suscribimos las palabras de Miguel Ildefonso cuando afirma que Palabras que reservo para las tinieblas «es la magistral voz personal de una poeta que hace de la poesía ese lazo fundacional de una nueva estirpe, aquel que nos une, aquel que cura y que vuelve la herida en esperanza y la imaginación en nuestro gran instrumento de supervivencia»
Un niño tiembla a mitad del muelle
mira las olas por hendijas de la madera
—El miedo lo paraliza
su mamá le ordena cantar
y mirar hacia arriba
hacia las nubes.
—Es cuando el niño es iluminado.
(A mitad del muelle, p. 106)
Incrustar la mirada en sus grandes ojos
arrullarla para que su aliento no cese en mi vientre.
Y que ignore el cadáver descompuesto.
Que no sepa la espina que me vulnera
ni la voz que aún queda haciendo eco en el pecho.
—La infinitud del universo cabe para amarla.
(Signos del cuerpo, p. 108)
Lograr dominar el ritmo del corazón
el perfecto latir
sístole
diástole.
Lograr dominar el ritmo del corazón
sol
la
si.
Dejarse llevar por el sentido del viento
por el danzar de las cartas celestes
por las olas y la ley ardiente del sol
hoy
no desesperar
todo germinará en su estación
en su imaginación cuántica
la tierra lo mostrará
lo empujará desde su entraña
y lo descubrirá ante nuestros ojos
llegará
pues la tierra nos hará renacer
Soy Diosa.
(La Tierra Nos Hará Renacer, p. 109)
La poesía de Zoila Capristán es ajena a las palabras acobardadas, nombra con coraje lo que nos asusta o nos amenaza y al hacerlo, como solo la poesía sabe, lo conjura. Su palabra no cede al miedo y sus mil caras, nos recuerda que nada de lo que no somos capaces de decir desaparece. Heredera de los sabios mensajes infinitos de nuestras tradiciones poéticas mantiene vivo su mensaje imperecedero para revelarnos como seres de palabra y memoria.
¿Entonces dónde hallaremos los campos de rosas?/¿en qué camino se extraviaron las campesinas con sus alforjas de hierbas?/¿en qué lugar anidan los racimos de tréboles que alumbran la noche y suplen a las estrellas?
Palabras que reservo para las tinieblasnos muestra que la poesía no es un escape de la realidad que nos aísla del mundo, sino una de las formas más elevadas a través de la cual mantenemos nuestra esencia humana gracias a la memoria, la imaginación, las historias y las palabras sobre todo en tiempos oscuros e inciertos.
Independencia, octubre de 2021
Año del Bicentenario de la Independencia y segundo año de la pandemia